El otro día fui desagradable con una persona.
De manera gratuita.
Era temprano, estaba esperando un taxi y se colocó delante de mí, con el mismo propósito y a la vista de la luz verde de un vehículo que se aproximaba, salté como si me hubieran presionado un resorte y reclamé la prioridad de posesión de un modo excesivamente agresivo.
En mi defensa podría argumentar que había dormido poco, que era demasiado pronto y que llegaba tarde a coger un tren, pero, en el instante en que vi la cara de estupor de la otra persona, fui consciente de que me había pasado.
Fui demasiado agresiva anticipándome a que la otra persona iba a serlo también, probablemente debido al estilo de la sociedad en que vivimos, sin delicadeza, avasallando antes de que nos pasen por encima, golpeando por miedo a recibir.
Y llevo sintiéndome mal desde entonces, cada vez que me acuerdo.
Es algo que suele pasarme.